José Quezada Macchiavello
Marzo 2016
Las Sinfonías de Beethoven han sido muchas veces consideradas como una
ruptura con el pasado, con la tradición formal que adquiere en el clasicismo su
máxima expresión. Sin embargo esto no es del todo cierto. La forma sonata
y su aplicación a la sinfonía, que proviene de los hijos de Bach y la escuela
de Mannheim hacia 1760, y llega con Mozart y Haydn a un gran esplendor, no va a
ser quebrada por Beethoven que lo que hace más bien es explotar las grandes
posibilidades de la forma, manteniendo en lo esencial sus principios:
exposición desarrollo y re exposición de ideas contrastadas o complementarias.
La novedad en Beethoven es el sentido dramático abstracto, con una
narrativa que es más sugerente y poderosa.
Beethoven representa notablemente bien el espíritu revolucionario de la
segunda mitad del siglo XVIII, que configura la Independencia Americana
(Estados Unidos e Iberoamérica), y sobre todo la Revolución Francesa. Sus
ideas revolucionarias buscan un ideal “Que la amistad, junto con el bien,
crezcan como la sombra de la noche hasta que se apague el sol de la vida”;
no lo llevan al radicalismo jacobino y a la inestabilidad de la era del
terror, sino más bien al concepto del orden y de bien. Beethoven es un
republicano que cree en un momento que Napoleón va a imponer en el mundo un
orden nuevo que realice los ideales de libertad, igualdad y fraternidad. Es un
revolucionario que vive rodeado de condes y príncipes, algunos que desde la
aristocracia comparten algunos de los ideales libertarios en boga entre las
mentes ilustradas.
Es muy cierto que su música traduce este espíritu de época, pero también
lo hace la de muchos contemporáneos suyos que, sin embargo, no alcanzaron las
cumbres a las que Beethoven llegó. No existe ningún compositor que haya
retratado de modo tan original por un lado, como vívido por otro, el
romanticismo heroico de los años de Napoleón Bonaparte y de la independencia
americana, que son precisamente los mismos en los cuales compone sus nueve
sinfonías. Sin embargo, la gran revolución de Beethoven se dio en el
ámbito de la música y sus raíces son fundamentalmente musicales. El espíritu de
conflicto y lucha está también en Mozart, aunque se expresa de otra manera:
Mozart ve la oscuridad desde la luz. Beethoven por regla general ve la
luz desde la oscuridad. Busca la luz, dominando su destino “Me apoderaré del
destino agarrrándolo por el cuello. No me dominará”.
Desde joven Beethoven abandona el estilo galante que lo constriñe;
necesita de la libertad para crear. Afirma: “La libertad y el progreso
son el objeto, tanto del arte, como de la vida en general”. No obstante, en
Beethoven la libertad creadora no es un fin, sino algo simplemente
necesario. El fin es la creación misma.
El personaje Beethoven se presenta irrespetuoso, irreverente y hasta
malcriado e irascible. La Revolución había producido una moda, especialmente
entre los artistas: una manera de vestir, de hablar, de comportamiento
irrespetuoso. Pero más allá de la moda y del carácter propio sin duda explosivo
e irascible, el terrible Beethoven fue en gran medida construido por la
sociedad vienesa, Schubert antes de conocerlo tenía pavor de tratarlo y se
encontró con un hombre sencillo, tierno. Al respecto Beethoven habrá de señalar:
“Los que piensan o dicen que soy malévolo, obstinado o misántropo, cuánto se
equivocan acerca de mí”. Su música sin embargo representa al “mal educado”,
poco pulcra o galante, brusca en sus sonoridades, con sforzati
imprevistos. Pero esto responde también a un concepto propio del arte y del
genio: “Todavía no se han levantado las vallas que le digan al talento: De aquí
no pasarás”.
Es interesante una observación hecha por Haydn en la corta época en que
fuera maestro de Beethoven, que pone de manifiesto el espíritu indómito y la
originalidad del genio de Bonn: “Usted tendrá un rendimiento mayor del que
hasta ahora ha tenido nadie, pues posee pensamientos que nadie ha poseído
todavía. Jamás sacrificará usted un bello pensamiento a una regla tiránica, y
hará bien en ello. Pero debe sacrificar sus caprichos a las reglas, pues tengo
la impresión de que usted tiene varias cabezas y varios corazones. En sus obras
se encontrará siempre algo fuera de lo corriente, cosas bellas, pero también
algo singular y oscuro, porque usted mismo es un poco tenebroso y
singular."
En muchas obras de Beethoven hay materiales musicales provenientes de la
música revolucionaria francesa; se sabe sin embargo que en su biblioteca no
había literatura francesa del siglo XVIII. No obstante, con materiales del
acervo revolucionario no produce Beethoven una obra ideologizada. A fines del
siglo XVIII cobra un gran predominio la música militar; esto ya se observa en
Mozart y en Haydn, con la percusión turca y las fanfarrias. En la música
eclesiástica y en la música sinfónica lo militar se sacraliza como símbolo del
triunfo de la cristiandad contra el Gran Turco, consolidado en el siglo XVIII,
y esto en Viena, acosada por los turcos en 1529 y en 1683, adquiere mayor
importancia. Pero en la época de la revolución y en la napoleónica la música
militar se convierte en moda.
La presencia de lo militar en Beethoven es propia de la moda, pero cobra
otro sentido. En sus sinfonías especialmente, con un mayor predominio de los
instrumentos de viento y sonoridades militares vigorosas, no se conmemoran
triunfos militares o políticos; lo que se celebra es la humanidad, como
protagonista de una lucha; pero es el héroe, el mediador, el que ha de
luchar por la humanidad. Fue Napoleón en principio, pero particularmente fue
Beethoven mismo este héroe. Con sus luchas, con su dialéctica del sufrimiento y
la alegría Beethoven intenta redimir a la humanidad. Los temas militares de
moda cambian de sentido, se hacen transcendentes en Beethoven, escapan a la simple
moda, a la ideología revolucionaria.
La creación artística trasciende a la historia en la cual surge.
Pero esta lucha no está al margen de la composición, la obra de arte no lo la
evoca simplemente. La obra es fruto de la lucha. La alegría no se conquista o
se crea, es la creación misma. Y esta alegría está y se da en la vida
misma, se manifiesta en contextos reales. Beethoven dirá “Nosotros seres
limitados de espíritu limitado hemos nacido solo para el sufrimiento y la
alegría, y casi se podría decir que los más eminentes se apropian de la alegría
a través del sufrimiento”. Esta peculiar dialéctica no sitúa a la alegría y al
dolor como dos fuerzas antagónicas, el dolor, la lucha, es el camino a la
alegría.
Se sabe que cuando Beethoven llegó a Viena ya tenía el proyecto de
ponerle música a la oda a la alegría de Schiller. La relación heroica entre el
dolor y la alegría ya era su tema; aunque a lo largo de los años, su propio
drama personal irá formando en él este sentido de la alegría como conquista
dolorosa.
Beethoven consideraba que la música constituye una revelación más alta
que ninguna filosofía. Sus sinfonías son antes que nada una filosofía expuesta
en música. Por alguien que dice además: “Hay momentos en que me parece que el
lenguaje no sirve todavía absolutamente para nada”, y que piensa que hay
cosas que solo puede decir con el piano o con la orquesta.
Si bien la temática musical cambia de sinfonía en sinfonía, a diferencia
de lo que ocurrirá en Mahler, y no son muchos los casos en los que melodías o
motivos pasan de una a otra sinfonía, se puede afirmar que hay un trasfondo
común a todas, que permite concebirlas como una sola gran obra.
Las Sinfonías de la Libertad como bien podríamos denominar a las nueve
de Beethoven fueron estrenadas entre el año de la Batalla de Marengo (1800),
que marcó el auge de Napoleón y el de la Batalla de Ayacucho, que selló la
independencia de Sudamérica[1]; años en los que se creía que la libertad era
fruto de la osadía y el valor de grandes héroes armados de espadas y bayonetas.
Beethoven sin embargo creía al parecer en otro héroe: en él mismo.
[1] La novena sinfonía se estrena seis meses antes de la Batalla de
Ayacucho y tres años después de la muerte de Napoleón en Santa Elena, en 1821,
el mismo año de la declaración de la independencia del Perú por San Martín.
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